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Semana Cultural

En esta sección se recogen artículos sobre el tema de la Semana Cultural publicados en los medios decomunicación.

EL PAÍS
Sábado
4 febrero
2001 - Nº 1737 OPINIÓN

"Abajo la ley de gravedad"

Mario Vargas Llosa

"A fines del siglo 19, en las candentes tierras de los estados nordestinos de Sergipe y Bahía, en Brasil, tuvo lugar una sublevación campesina, liderada por un carismático predicador, el Apóstol Ibiapina, contra el sistema métrico decimal. Los rebeldes, apodados los quiebraquilos, asaltaban las tiendas y almacenes y destrozaban los nuevos pesos y medidas -las balanzas, los quilos y los metros- adoptados por la monarquía con el propósito de homologar el sistema brasileño al predominante en Occidente y facilitar de este modo las transacciones comerciales del país con el resto del mundo. Este intento modernizador pareció sacrílego al Padre Ibiapina y muchos de sus partidarios murieron y mataron tratando de impedirlo. La guerra de Canudos, que estalló pocos años después en el interior de Bahía, en contra del establecimiento de la República brasileña, fue también un heroico, trágico y absurdo empeño para detener la rueda del tiempo sembrando cadáveres en su camino.
Las rebeliones de los quiebraquilos y de los vagunzos, además de pintorescas e inusitadas, tienen un poderoso contenido simbólico. Ambas forman parte de una robusta tradición que, de un extremo a otro del continente, ha acompañado la historia de América Latina, y que, en vez de desaparecer, se acentuó a partir de la emancipación: el rechazo de lo real y lo posible, en nombre de lo imaginario y la quimera. Nadie la ha definido mejor que el poeta peruano Augusto Lunel, en las primeras líneas de su Manifiesto: "Estamos contra todas las leyes, empezando por la ley de gravedad".
Rechazar la realidad, empeñarse en sustituirla por la ficción, negar la existencia vivida en nombre de otra, inventada, afirmar la superioridad del sueño sobre la vida objetiva, y orientar la conducta en función de semejante premisa, es la más antigua y la más humana de las actitudes, aquella que ha generado las figuras políticas, militares, científicas, artísticas, más llamativas y admiradas, los santos y los héroes, y, acaso, el motor principal del progreso y la civilización. La literatura y las artes nacieron de ella y son su principal alimento, su mejor combustible. Pero, al mismo tiempo, si el rechazo de la realidad desborda los confines de lo individual, lo literario, lo intelectual y lo artístico, y contamina lo colectivo y lo político -lo social-, todo lo que esta postura entraña de idealista y generoso desaparece, lo reemplaza la confusión y el resultado es generalmente aquella catástrofe en que han desembocado todas las tentativas utópicas en la historia del mundo.
Elegir lo imposible -la perfección, la obra maestra, el absoluto- ha tenido extraordinarias consecuencias en el ámbito de lo creativo, del Quijote a La guerra y la paz, de la Capilla Sixtina al Guernica, del Don Giovanni de Mozart a la segunda sinfonía de Mahler, pero querer modelar la sociedad desconociendo las limitaciones, contradicciones y variedades de lo humano, como si hombres y mujeres fueran una arcilla dócil y manipulable capaz de ajustarse a un prototipo abstracto, diseñado por la razón filosófica o el dogma religioso con total desprecio de las circunstancias concretas, del aquí y del ahora, ha contribuido, más que ningún otro factor, a aumentar el sufrimiento y la violencia. Los veinte millones de víctimas con que, sólo en la Unión Soviética, se saldó la experiencia de la utopía comunista son el mejor ejemplo de los riesgos que corren quienes, en la esfera de lo social, apuestan contra la realidad.
El inconformismo que significa vivir en pugna con lo posible y con lo real, ha hecho que la vida latinoamericana sea intensa, aventurera, impredecible, llena de color y creatividad. ¡Qué diferencia con la bovina y sosegada Suiza, donde escribo estas líneas! He recordado en estos días atrozmente plácidos, aquella feroz afirmación de Orson Welles a Joseph Cotten, en El tercer hombre, la película de Carol Reed que escribió Graham Greene: "En mil años de historia, los civilizados suizos sólo han producido el reloj cucú" (o algo así). En realidad, han producido, también, la fondue, un plato desprovisto de imaginación, pero decoroso y probablemente nutritivo. Con la excepción de Guillermo Tell, quien, por lo demás, nunca existió y debió ser inventado, dudo que jamás haya habido otro suizo que perpetrara ese sistemático rechazo de la realidad que es la más extendida costumbre latinoamericana. Una costumbre gracias a la cual hemos tenido a un Borges, un García Márquez, un Neruda, un Vallejo, un Octavio Paz, un Lezama Lima, un Lam, un Matta, un Tamayo, y hemos inventado el tango, el mambo, los boleros, la salsa y tantos ritmos y canciones que el mundo entero canta y baila. Sin embargo, pese a haber dejado atrás el subdesarrollo hace tiempo en materia de creatividad artística -en ese campo, más bien somos imperialistas- América Latina es, después del África, la región del mundo donde hay más hambre, atraso, desempleo, dependencia, desigualdades económicas y violencia. Y la pequeña y bostezante Suiza es el país más rico del mundo, con los más altos niveles y calidad de vida que ofrezca un país de hoy a sus ciudadanos (a todos, sin excepción) y a muchos miles de inmigrantes. Aunque es siempre aventurado suponer la existencia de leyes históricas, me atrevo a proponer ésta: el progreso social y económico está en relación directamente proporcional al aburrimiento vital que significa acatar la realidad e inversamente proporcional a la efervescencia espiritual que resulta de insubordinarse contra ella.
Los quiebraquilos de nuestros días son los millares de jóvenes latinoamericanos que, movidos por un noble ideal, sin duda, acudieron a manifestarse en Porto Alegre contra la globalización, un sistema tan irreversible en nuestra época como el sistema métrico decimal cuando los seguidores del Apóstol Ibiapina declararon la guerra a los metros y a los quilogramos. La globalización no es, por definición, ni buena ni mala: es una realidad de nuestro tiempo que ha resultado de una suma de factores, el desarrollo tecnológico y científico, el crecimiento de las empresas, los capitales y los mercados y la interdependencia que ello ha ido creando entre las distintas naciones del mundo. Grandes perjuicios y grandes beneficios pueden resultar de esta progresiva disolución de las barreras que, antes, mantenían a los países confinados en sus propios territorios y, muchas veces, en franca pugna con los demás. El bien y el mal que trae consigo la globalización depende, claro está, no de ella misma, sino de cada país. Algunos, como España en Europa, o Singapur en el Asia, la aprovechan espléndidamente, y el colosal desarrollo económico que ambos han experimentado en los últimos veinte años ha resultado en buena parte de esas masivas inversiones extranjeras que estos dos países han sido capaces de atraer. Los cito a ambos porque son dos ejemplos excepcionales de los extraordinarios beneficios que una sociedad puede sacar de la internacionalización de la economía. (Singapur, una ciudad-estado de tamaño liliputiense, ha recibido en los últimos cinco años, más inversiones extranjeras que todo el continente africano).
En cambio, no hay duda alguna que a países como a la Nigeria del difunto general Abacha, al Zaire del extinto Mobutu y al Perú del prófugo Fujimori, la globalización les trajo más perjuicios que beneficios, porque las inversiones extranjeras, en vez de contribuir al desarrollo del país, sirvieron sobre todo para multiplicar la corrupción, enriquecer más a los ricos y empobrecer más a los pobres. Nueve mil millones de dólares ingresaron a las arcas fiscales peruanas gracias a las privatizaciones efectuadas durante el régimen dictatorial. No queda, de ello, un solo céntimo, y la deuda externa ha crecido, desde el golpe de Estado de 1992, en cinco mil millones de dólares. ¿Qué magias, qué milagros volatilizaron esas vertiginosas sumas sin que de ellas licuara prácticamente nada a esos veinticinco millones de peruanos que viven hoy la peor crisis económica de toda su historia, con récords de desempleo, hambre y marginación? Aunque parte importante de ellas se derrochó en operaciones populistas, y, otra, comprando armamento viejo con facturas de nuevo, la verdad es que el grueso de aquellos ingresos fue pura y simplemente robado por esa pandilla de gángsters que encabezaban Fujimori y Montesinos y los cuarenta ladrones de su entorno, y reposa, hoy, a salvo, en los abundantes paraísos fiscales del planeta. Peor todavía es la historia de lo que ocurría en Nigeria en los tiempos del general Abacha, quien, como es sabido, exigía a las trasnacionales petroleras que abonaran directamente los royalties que debían al país en sus cuentas privadas en Suiza, cuentas que, como las de Mobutu, raspan por lo visto la vertiginosa suma de unos dos mil millones de dólares. Frente a esos titanes, Vladimiro Montesinos, a quien se le calcula sólo mil millones de dólares robados, es un pigmeo.
La conclusión que se puede sacar de estos ejemplos es bastante sencilla: los perjuicios de la globalización se conjuran con la democracia. En los países donde imperan la legalidad y la libertad, es decir reglas de juego equitativas y transparentes, el respeto de los contratos, tribunales independientes y gobernantes representativos, sometidos a una fiscalización política y al escrutinio de una prensa libre, la globalización no es maldición, sino lo contrario: una manera de quemar etapas en la carrera del desarrollo. Por eso, ninguna democracia sólida, del primero o del tercer mundo, protesta contra la internacionalización de la economía; más bien la celebra, como un instrumento eficaz para progresar. La apertura de las fronteras sólo es perjudicial a los países donde los sistemas autoritarios se sirven de ella para multiplicar la corrupción, y donde la falta de leyes justas y de libertad de crítica permiten a menudo esas alianzas mafiosas entre corporaciones y delincuentes políticos de las que los casos de un Abacha, un Mobutu y un Fujimori son típicos ejemplos.
La lección que habría que extraer de estos precedentes es la necesidad imprescindible de globalizar la democracia, no la de poner término a la globalización. Pero la democracia tiene grandes dificultades para aclimatarse en países reacios, por tradición y por cultura, a aceptar la pobre realidad, el mediocre camino del gradualismo, de lo posible, de la transacción y el compromiso, de la coexistencia en la diversidad. Eso está bien para los plúmbeos suizos, tan pragmáticos y realistas, no para nosotros, soñadores absolutistas, intransigentes revolucionarios, amantes de la irrealidad y de los terremotos sociales. Por eso, en vez de exigir más globalización, luchar, por ejemplo, para que los países desarrollados levanten esas medidas proteccionistas que cierran sus mercados a los productos agrícolas del tercer mundo -una injusticia flagrante-, pedimos menos. Es decir, como el Padre Ibiapina, que la rueda del tiempo se detenga, retroceda, y nos regrese al aislamiento y la fragmentación nacionalista que ha llenado a nuestros países de hambrientos y miserables. Pero, eso sí, pletóricos de riesgo, aventura, novedades, buena música y excelentes artistas".


© Mario Vargas Llosa, 2001.© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SA, 2001.


Sábado
4 febrero
2001 - Nº 1737/Opinión

"Más sobre los efectos de la globalización"

Diego Guerrero

Tiene razón Ángel Martínez González-Tablas en su artículo de 30-XII-2000 sobre los efectos de la globalización (o globalizaciones, como él prefiere decir) cuando le responde a Guillermo de la Dehesa (29-IX y 14-XI) que "es necesario desvelar la lógica de los procesos y el carácter de sus efectos, analizándolos con rigor y denunciándolos cuando haya lugar, aunque al hacerlo se vaya contracorriente". Tablas cree que va contracorriente, pero yo pienso que De la Dehesa y él siguen el impulso del mismo río que los arrastra a ambos corriente abajo, aunque a cada uno lo lleve por un brazo distinto del amazónico flujo de agua que se volverá a unificar tan pronto termine la frondosa isla que, desde el lugar que ocupan ambos náufragos, no deja ver la otra orilla.
Para argumentar mi tesis, mimetizaré el método seguido por Ángel Tablas, comentando primero los cinco efectos benéficos de la globalización según lo que él considera la posición ortodoxa, y aludiendo luego los cinco efectos que coloca como "alternativa" a la posición anterior. Finalmente, intentaré extraer alguna síntesis que resuma mi propia posición al respecto.
1. Tablas niega que la globalización conlleve "un aumento de la competencia" porque piensa que más bien trae consigo un aumento de la oligopolización. A mi juicio, reproduce así, inconscientemente, la teoría económica ortodoxa que cree estar criticando. Por eso dice que globalización no es competencia, ya que "los economistas" entendemos por competencia "una asignación óptima de los recursos". Tablas reproduce la tendencia al pensamiento único que critica, pues no son los economistas los que piensan así, sino sólo una mayoría (él incluido) entre la que, desde luego yo no me cuento, como tampoco ninguno de los que pensamos que es precisamente la competencia el origen de la ineficiencia actual (capitalista) en la asignación mundial de los recursos. Mientras no sustituyamos lo que él, correctamente, caracteriza de "sistema económico capitalista" por un sistema económico distinto, no podremos pretender que varíen los efectos que genera la existencia de unas causas incambiadas.
2. La discusión sobre si los precios bajan o suben con la globalización no se puede resolver hasta que los apóstoles y los herejes de la misma se pongan de acuerdo en delimitar temporalmente el proceso (o procesos), cosa que hasta ahora ninguno ha hecho, que yo sepa.
3. Tablas tiene toda la razón en que la mayoría de los flujos de capital siguen siendo, como siempre han sido, flujos de capital (tanto "productivo" como, cada vez más, financiero) que proceden de, y se dirigen a, los países ricos. Por eso el sistema genera un desarrollo crecientemente desigual, y no sólo ahora sino desde su mismo nacimiento hace dos o tres siglos.
4. Los flujos de emigración (trabajo y medios de producción) que la economía mundial necesita no pueden regularse racionalmente mientras el sistema de empresa privada sea el que decida esos flujos. Porque la competencia lleva a cada unidad decisoria a decidir por su cuenta y en contradicción con las decisiones de las demás. Hay que sustituir la competencia por la cooperación, y la cooperación auténtica es una quimera en el marco de este sistema capitalista que nadie se molesta hoy en poner en entredicho (salvo aquellos a quienes se nos calla la boca).
5. La cuestión del crecimiento conduce al mismo problema previo que se citaba en el punto 2. El propio Tablas escribe que "la globalización actual se acelera a partir de los setenta", lo cual quiere decir que existió un estadio previo de la misma antes de ese proceso de aceleración. Además, según su propia frase, hubo otras globalizaciones antes que la actual. Pónganse de acuerdo los retóricos de la globalización y entonces empezaremos a aclararnos.
Pasemos ahora a los efectos que Tablas contrapone a los cinco anteriores y que le hacen sentirse "contracorriente", no sin antes recordar, sólo pro memoria, que no es lo mismo ser (algo) que creerse ser (algo).
6. Si es verdad que la globalización "modifica la correlación de fuerzas a favor del capital y en perjuicio del trabajo", ¿nos quiere dar a entender que antes de la globalización (¿cuándo?) había algo que modificaba esa correlación en sentido contrario, o más bien que la globalización sigue modificándola en la misma dirección de siempre?
7. La globalización "profundiza el desajuste entre los espacios" (hasta aquí la frase tiene cierto valor poético, no me lo nieguen) público y privado, por lo que el propio autor reconoce su coincidencia con su antagonista (De la Dehesa) al afirmar, junto a éste, que hay que buscar "instituciones que aumenten la solidaridad mundial". Curiosamente, el cuidado con que Tablas añadía el adjetivo "capitalista" al principio de su artículo ahora desaparece, y no sabemos si está con su criticado en la búsqueda de instituciones "capitalistas" o "no capitalistas" (¿hará falta recordar que el Estado, sea nacional o de ámbito superior, es una institución capitalista?).
8. El impacto ecológico de la globalización también es global, claro, y se supone que negativo. ¿Pero quién es el anti-ecologista que no tiene preocupaciones ecológicas? Yo las tengo y, sin embargo, me parece que muchos ecologistas no se dan cuenta de que la industria no es unilateralmente mala ni buena, sino un producto humano cuyo comportamiento y resultados deben someterse al mismo análisis de clase que Tablas (crípticamente, eso sí) mantiene en su artículo.
9. Si el auge de las finanzas y de la fragilidad financiera genera un "riesgo sistémico", lo relevante es saber si uno está del lado de Galbraith (y del sistema capitalista) o del otro lado, según se desprende de las palabras con que este autor se autocalifica: "Yo soy una persona conservadora y por tanto tengo tendencia a buscar antídotos para las tendencias suicidas del sistema económico; pero gracias a la típica inversión del lenguaje esta predisposición suele ganarle a uno la reputación de ser un radical".
10. Tablas ve indicios de que la globalización "aumenta la marginación de un gran número de espacios sociales". Por supuesto. Pero a mí, que me preocupo sobre todo del espacio social de los asalariados, me gustaría matizar que si bien es verdad que el capitalismo deja a los asalariados al margen del progreso y la riqueza que crea para los capitalistas (al menos, los asalariados se benefician de eso sólo de modo marginal y dependiente y obligadamente servil), no es menos cierto que los asalariados no somos nada marginales en un sentido clave de la realidad y de la (buena) teoría económica. Y ello es así porque somos el centro (el puro centro que dirían en México), el centro mismo, el núcleo, el meollo del cogollo de la explotación capitalista. De nosotros nace la renta con la que vivimos nosotros y con la que viven ellos.
Y con esto quiero terminar. Tiene razón Tablas en demandar un análisis realista de los procesos objetivos. Creo que ese análisis conduce a concluir que el sistema capitalista en el que vivimos (se globalice desde antiguo o no) camina sobre dos pies. Uno es la explotación del trabajo por el capital. El otro es la competencia de todos contra todos (no sólo las rivalidades interestatales a las que alude Tablas): también compiten los capitalistas entre sí; también los trabajadores entre ellos, etcétera.
Mientras sigamos dando vuelta en torno a falsos problemas, seguiremos siendo explotados y compitiendo entre nosotros. Propongo dedicar un poco de nuestro tiempo a pensar en el postcapitalismo (que, por supuesto, será global o no será). Quizás esto ayude a que en el futuro dejemos de ser explotados y competidores".

Diego Guerrero es profesor de Economía Política en el Departamento de Economía Aplicada V de la Universidad Complutense

El País
10 de febrero de 2001/ Opinión

"Otro mundo es posible"

JOSÉ VIDAL-BENEYTO

"El título de este artículo, lema que han hecho suyo los más de 15.000 participantes del Foro de Porto Alegre, anuncia de forma inequívoca su propósito. No se trata de buscar correctivos a una mundialización que, como todo lo humano, es perfectible; lo que se pretende es ponerle fin y, para ello, sustituirla, pues, como escribía de forma lapidaria Malatesta, "sólo se destruye lo que se sustituye". Durante las tres décadas de existencia del Foro de Davos, las desigualdades en el mundo entre ricos y pobres, países y personas, se han multiplicado por 50. En Davos se asume este dato, porque además nos viene de las manos del Banco Mundial, pero se añade que el mundo es así y que empeñarse en no aceptar la realidad no es sólo inútil, sino perverso, pues de esa negativa se derivan siempre catástrofes. La opción ideológica del acatamiento incuestionado de la realidad no es liberal, sino conservadora, e ignora todo lo que, en el siglo XX, la ciencia física nos ha enseñado sobre las indeterminaciones de la materia y las ciencias de la vida, sobre las incertidumbres del ser vivo. Con lo que la mundialización económica es una realidad inapelable, que escapa a nuestro control y tiene condición definitiva, cuya fatalidad es análoga, según algunos, a la ley de la gravedad. Para Porto Alegre, por el contrario, es resultado de un proceso puesto en marcha por unos actores -las grandes multinacionales y las OIG económicas mundiales- en el marco de un sistema -la sociedad global de mercado- y en virtud de un proyecto -el ultraliberalismo conservador-.
La extensión y visibilidad de las consecuencias negativas de este tipo de globalización y la creciente contestación de los movimientos ciudadanos y de las ONG solidarias llevaron hace ya varios años a los responsables de Davos a buscar una coartada invitando a representantes de esa resistencia a participar en su Foro. Este año, la presencia de los disidentes en Davos ha sido, cuantitativa y cualitativamente, significativa. Personalidades tan claramente progresistas como Lori Wallach, Martin Khor, Pierre Sané, Thilo Bode, Kumi Naidoo, etcétera, líderes todos ellos de las más importantes ONG de combate. Pero esa tan nutrida y brillante representación ha probado la inutilidad de su presencia por la imposible conciliación de dos ideologías antagónicas: la de aquellos para quienes crear riqueza es producir beneficios y acumular capital y la de aquellos para quienes sólo tiene sentido crear riqueza cuando ésta se comparte.
Esa inesquivable lucha ideológica hace que se equivoquen los que ven en la existencia simultánea de Davos y Porto Alegre el fin de la contestación y el acercamiento de sus posiciones. La impugnación en la calle de Davos y las otras reuniones de los "amos del mundo" continuará, pues es la que funda y da credibilidad a Porto Alegre. Como continuará también el trabajo de reflexión y de propuesta, que acaba de iniciarse. En www.forumsocialmundial.org.br podrán consultarse las más de 300 propuestas que se han formulado. Allí aparecerán en detalle los temas que ya han comenzado a difundirse: eliminación de los paraísos fiscales, fiscalización de los beneficios financieros especulativos, elaboración de un plan para defender la agricultura tradicional, multiplicación de telecentros para permitir el acceso a Internet de los excluidos, cancelación total de la deuda de los países del Sur, promoción de las áreas macrorregionales -sobre todo en América Latina- frente a la dolarización y al área de librecambio de las Américas, creación de un portal para informar a los consumidores sobre las firmas que no respetan las normas mínimas éticas y sociales, etcétera. Todas estas acciones sectoriales y reformistas, a las que podría sumarse Davos como garantía de su voluntad de rectificación, vistas desde Porto Alegre, no son simple reformismo, sino elementos para la construcción de esa alternativa global que se quiere suscitar y cuya concepción y elaboración es el objetivo fundamental del Foro Social Mundial. Sin miedo a la andadura utópica cuya capacidad heurística y cuya fuerza mayéutica se reivindica. Comenzando por dejar de llamarse lo que no se es -antimundialista- y autobautizándose con el nombre que diga en lo que se cree: que otro mundo es posible.
Enlaces importantes:

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