Proyecto Comenius: "La ciudadanía europea responsable"
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acuerdo entre dictadores



En el apartado "trabajos de los alumnos y alumnas" encontrarás temas sobre España elaborados por el grupo francés: los antecedentes del franquismo y Guernica.


Lee los textos siguientes y busca las causas de la desaparición de la dictadura en Alemania, Grecia, Francia y España.

Investiga el papel en dicha desaparición de otros países.

LAGRECIA DE LOS CORONELES

1) Antecedentes

Derrotada la ocupación alemana en 1944, parte importante del país quedó en manos de la guerrilla comunista, dirigida por el general Markos Vifiades. Dicha guerrilla había cumplido un papel destacado en la resistencia al nazismo. Con el apoyo de británicos y norteamericanos, el gobierno reprimió a sus integrantes hasta el exterminio en 1949.

Grecia quedó bajo la influencia de Estados Unidos. En 1949 ingresó al Consejo de Europa y en 1951 en la OTAN. En las elecciones de 1956 votaron las mujeres por primera vez. A excepción de las presidencias de Konstantinos Karamanlís (1955-1963), Grecia vivió en la inestabilidad política permanente.

2) El golpe militar

En abril de 1967, un grupo de coroneles dio un golpe de estado. Entró en vigor la Ley Marcial, la Constitución fue suspendida y se desató una dura represión contra los movimientos democráticos. El líder socialista Andreas Papandreu fue condenado a nueve años de prisión. En diciembre, el rey, quién primero dio su apoyo a los coroneles, intentó derrocar a la junta, pero fracasó y se exilió en Roma. Los militares nombraron presidente al general Zoitakis y primer ministro a Papadopoulos.

El régimen de "los coroneles", como se le llamó, continuó recibiendo ayuda de Estados Unidos y de grandes empresarios griegos como Onassis y Niarchos. A pesar de un intento de enmascarar la dictadura mediante la creación, en 1968, de un Parlamento unicameral, la junta militar gobernaba por decreto.

Entre 1973 y 1974 el gobierno militar sufrió un desgaste muy acelerado. En noviembre reprimió brutalmente las manifestaciones estudiantiles en la Universidad Politécnica de Atenas, dejando un saldo de centenares de víctimas, lo que le valió ser condenado internacionalmente.

3) El fin del régimen militar

En julio de 1974, la junta militar griega promovió un golpe de Estado en Chipre, en colaboración con la Guardia Nacional de ese país. El golpe logró deponer al arzobispo presidente Vaneziz Makarios, que debió exilarse en Londres y nombró un primer ministro partidario de la anexión a Grecia. De inmediato el ejército turco invadió Chipre con el pretexto de defender a la minoría turca de ese país. El desprestigio de los militares griegos creció y ante la nueva condena internacional y la perspectiva de una guerra con Turquía, abandonaron el poder inmediatamente.

4) Grecia después del Régimen de los Coroneles

Ese mismo mes Karamanlís regresó de su exilio y se hizo cargo del gobierno. En las elecciones de 1974 su partido ganó la mayoría parlamentaria y un posterior referéndum consagró la abolición de la monarquía. En junio de 1975, el Parlamento adoptó una nueva constitución y Constantino Tsatsos, fiel a Karamanlís, fue elegido primer Presidente de la República.

Desde 1974 Grecia decidió no participar en los ejercicios militares de la OTAN, como consecuencia del conflicto con Turquía, que también es miembro de la organización.

En las elecciones parlamentarias de 1981, el PASOK (Movimiento Socialista Panhelénico), encabezado por Papandreu, obtuvo una amplia victoria. De esta manera, se instaló el primer gobierno socialista en la historia de Grecia. Ese mismo año, el país se convirtió en el décimo miembro de la Comunidad Económica Europea (CEE).

El gobierno socialista se aproximó a los países del Tercer Mundo, en particular a los árabes, reconoció a la OLP y lideró una campaña mundial por la restitución a sus países de origen de los objetos de arte saqueados durante la dominación colonial.

En 1983 la congelación de salarios generó una ola de protestas y huelgas de los sindicatos, los que obtuvieron mayor participación en el sector público, pero vieron limitado el derecho de huelga.

El censo de 1983 reveló que las mujeres constituían un tercio del total de la población activa del país, en su mayoría ubicadas en el sector terciario, con salarios inferiores a los que percibían los hombres. La mujer campesina era el 40% de la población femenina activa, sin contar las 400 mil mujeres dedicadas a tareas no remuneradas en la propiedad familiar. El movimiento feminista ha estado restringido a sectores intelectuales de las grandes ciudades.


En las elecciones de 1984 el PASOK volvió a triunfar, esta vez por un margen superior al obtenido en 1981. La enmienda constitucional de 1986 dio mayores poderes al parlamento en detrimento de la Presidencia. Los sucesivos planes de austeridad y congelamiento de salarios generaron nuevas protestas y huelgas sindicales.

En noviembre de 1988 trascendieron detalles del desfalco del Banco de Creta, en el que estaban implicados varios miembros del gobierno, escándalo que provocó sucesivas crisis ministeriales. En junio del año siguiente el Partido Griego de Izquierda y el Partido Comunista crearon la Coalición de Izquierda (CI).

En las elecciones de 1989 el PASOK perdió la mayoría y el conservador Nueva Democracia (ND) fue el partido más votado. Sin mayoría parlamentaria suficiente y sin acuerdo para constituir gobierno, la Presidencia quedó en manos del líder de la CI, el comunista Charilaos Florakis, quien formó un gobierno transitorio con la ND, con la intención de investigar los escándalos financieros.

En septiembre de ese año, el Parlamento anunció que Papandreu y varios de sus ministros serían juzgados por una corte especial, acusados de varios delitos.

Los resultados de las elecciones de noviembre de 1989, así como los posteriores, tampoco permitieron a ninguno de los tres partidos obtener mayorías significativas, lo que originó la formación de un gobierno de coalición.

Entre 1983 y 1989, Grecia y Estados Unidos firmaron varios acuerdos de cooperación que incluyeron, entre otros aspectos, el mantenimiento de las cuatro bases militares norteamericanas en el país, a cambio de asistencia económica y militar y el apoyo diplomático estadounidense a Grecia en sus disputas con Turquía, particularmente en lo concerniente a Chipre.

En enero de 1990, Washington y Atenas dieron a conocer un nuevo acuerdo entre ambos países, estableciendo la clausura de dos bases militares, como parte del plan estadounidense de reducción de su presencia bélica en la región.

El 7 de marzo de 1990 se aprobó una ley sobre convenios colectivos de trabajo para la actividad privada, así como para las empresas y servicios públicos. La nueva ley estableció la negociación libre entre trabajadores y empresarios, poniendo fin a 50 años de intervención del Estado, e incluyó normas para la organización de los comités de empresa y los sindicatos, así como sobre la participación de los trabajadores en las decisiones de las empresas. Se creó también una oficina de mediación y arbitraje, para designar a los mediadores y los árbitros por períodos de tres años.

Tras el triunfo de Karamanlis en las elecciones presidenciales de abril de 1990, se formó un nuevo gobierno encabezado por el conservador Constantinos Mitsotakis. En 1991, Mitsotakis impulsó una política de reducción del gasto público, liberación de precios y privatizaciones.
El costo social de estas medidas se reflejó en la derrota del gobierno conservador en las elecciones legislativas de 1993. El 12 de octubre de ese año, el PASOK de Papandreu logró el respaldo de casi 47% del electorado --contra menos de 40% obtenido por Nueva Democracia-- y la mayoría absoluta en el Parlamento.

El endeudamiento público y las presiones de la Unión Europea para que aplicara una política ecónomica más "rigurosa" complicaron casi inmediatamente la gestión de Papandreu. En las elecciones europeas de 1994, el PASOK y, sobre todo Nueva Democracia, perdieron votos en beneficio de pequeños partidos, como Primavera Política, el Partido Comunista o la Coalición de Izquierda Progresista.

En 1995, en medio de permanentes rumores sobre el retiro de Papandreu por razones de salud y de nuevas acusaciones de malversación de fondos públicos en su contra, el ministro de finanzas, Alexandros Papadoupoulos, realizó impopulares reformas fiscales y lanzó una política de "estricto rigor" presupuestario.

Enfermo y cada vez más criticado, incluso dentro de su propio partido, Papandreu renunció a su cargo en enero de 1996. El líder histórico del socialismo griego --quien falleció en junio, pocos meses después de haber abandonado el poder-- fue sustituido por su ex ministro de Industria, Kostas Simitis. En setiembre el Partido Socialista, dirigido por el primer ministro, ganó las elecciones legislativas con el 41,5% de los votos.

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JUICIO A PAPON
Francia se revisa a sí misma
Las culpas por el "colaboracionismo" de Vichy, por una actitud en definitiva complaciente con la confinación y el asesinato de judíos, empiezan -más de medio siglo después- a molestar la conciencia de los franceses.

La Segunda Guerra Mundial comenzó el 1 de setiembre de 1939, cuando, como respuesta a la invasión nazi a Polonia, Gran Bretaña y Francia le declararon la guerra a Alemania. Las actas de las conversaciones anglo-francesas demuestran la reluctancia de los políticos y los militares franceses a embarcarse -como querían los ingleses- en un ataque al principal frente de guerra alemán. Plantearon operaciones de distración en otros lados. Y tampoco cumplieron con el protocolo firmado ese mismo año con los polacos por el que la aviación francesa atacaría a Alemania apenas Polonia fuera invadida; menos aun desencadenaron una ofensiva contra Alemania dentro de los 16 días siguientes, tal cual establecía aquel documento. La que iniciaron el 8 de setiembre -y que interrumpieron prontamente- fue apenas un tanteo exploratorio.

Meses después, el 10 de mayo de 1940, Alemania abrió un segundo frente en el occidente europeo. En lugar de topar con la Línea Maginot levantada por los franceses en su frontera con Alemania, las tropas nazis la bordearon, invadiendo Holanda y Bélgica para entrar en territorio francés apenas horas después. Semanas más tarde, en medio del desbande generalizado, el 21 de julio, el mariscal Henri Philippe Pétain (1856-1951) firmó el armisticio en Compiègne. Hitler consiguió todo lo que hasta ese momento quería y Francia quedó dividido en dos zonas: atlántica, ocupada por los alemanes, y mediterránea, la Francia cuya nueva capital era Vichy.
La Tercera República cayó sin que nadie la llorase. Las tropas nazis entraron en París sin que se atisbara en la clase intelectual un sesgo mínimamente resistente. Ni Aragón, quizás el más prominente de los poetas comunistas, ni Sartre -por citar sólo a dos de aquéllos- reaccionaron en un primer momento. Entre tanto, en aquella ciudad balnearia en el departamento de Allier, Pétain estructuró un remedo de gobierno -en realidad, una dictadura- con soldados y funcionarios civiles, excluyendo a los políticos, y que se aproximó cada vez más a los nazis. A partir de 1940, algo así como el 40 por ciento de la producción industrial francesa, un millón y medio de obreros y la mitad de la renta pública fueron incorporados a la economía de guerra de Alemania. Si eso era grave -por más que se ciñera a la lógica de la guerra-, peor era la actitud de una parte de la sociedad francesa que, de una u otra manera, estaba expresada en la afirmación del cardenal Gerlier, primado de la Iglesia, para quien "La France c'est Pétain, et Pétain c'est la France".
El régimen de Vichy ejercía, formalmente, la administración civil en ambas zonas: la parte no ocupada del centro y sureste -llamada "zona libre", lo que era ciertamente un sarcasmo- y aquella en la que se asentaron la Wehrmacht*, las SS** y la Gestapo*** -la "zona ocupada"- que mandaban, de hecho, en ambos territorios. Uno de los cuadros de ese nuevo Etat Français -como lo llamó Pétain- era Maurice Papon (1910). Había comenzado su carrera de funcionario en 1935 en el Ministerio del Interior. Fue, por lo tanto, un empleado público del gobierno soi-disant izquierdista del Frente Popular con Leon Blum.
Pero como esos corchos que flotan en todas las aguas, a partir de 1940 pasó a servir en Vichy. En junio de 1942 fue nombrado secretario general del departamento de la Gironda, en Burdeos, responsable de los asuntos concernientes a los judíos. Y el 13 de julio de 1942 salió de esa ciudad el primer tren con deportados que iban a Drancy, escala previa a Auschwitz. Fueron -en total y hasta 1944- unos 1.500 sólo debidos a Papon, porque -como dicen algunos para justificar la actitud del gobierno de Pétain- la política judía de Vichy "era ambivalente", por más que desde 1940 hubo represiones racistas. Es que, dicen, se trató de dirigir la política discriminatoria sólo a los judíos que habían llegado a Francia huyendo de la represión en Alemania, Checoslovaquia, Polonia, Austria y Hungría. Los judíos franceses, especialmente aquellos que habían peleado por su país en la Primera Guerra Mundial, fueron "especialmente considerados"; pero esas "atenuantes" fueron poco valederas para la política nazi de exterminio.
En 1944, después del desembarco en Normandía de las fuerzas aliadas, cuando las cosas empezaron a ponerse de color hormiga para los nazis y los colaboracionistas, el gobierno de Vichy prácticamente se desmanteló y huyó -en una apariencia de continuidad- hasta la ciudad alemana de Sigmaringen, desde donde dirigió, sin éxito, campañas contra el rápido y fulminante avance de las fuerzas que, en agosto, liberaron a París. Pétain se escapó a Suiza en abril de 1945 desde una Alemania casi totalmente derrotada -la rendición se firmó el 8 de mayo- y tuvo al final un gesto, si no de grandeza -era demasiado estúpido como para ello- por lo menos de decencia: se puso a disposición de las nuevas autoridades francesas.
En agosto de 1945 uno de los tribunales montados para castigar a los colaboracionistas lo juzgó y condenó a muerte por los delitos de "alta traición" y "traición a la patria". Pétain tenía ya 89 años y la sentencia fue conmutada por una de cadena perpetua. Cumpliéndola en la isla de Yeu, murió en 1951, a los 95 años. Junto a él, el gobierno del general Charles De Gaulle -exayudante de Pétain antes de la guerra-, había castigado a miles de colaboracionistas, pero algunos de los crímenes cometidos no fueron en ese momento relevados. Pétain no era, en todo caso, sino el representante de una tendencia conservadora cuya expresión más acabada era la Action Française de Charles Maurras, y responsable -no sólo él- por una división nacional.
Unos 170 mil franceses lucharon en la Resistencia, el movimiento de maquis estructurado desde el comienzo de la ocupación nazi, liderado por Charles De Gaulle desde Londres y al que se sumaron, después de la invasión nazi a la ex Unión Soviética, los comunistas. Un número mayor todavía -algo así como 190 mil- fue acusado de complicidad y de connivencia con los maquisards; 100 mil fueron enviados a las cárceles. Y no se sabe a ciencia cierta cuántos fueron ejecutados en 1944, antes de la derrota, aunque datos oficiales los estiman en 4.500. Durante los juicios en Nuremberg a los criminales de guerra nazis la representación francesa dio datos que provenían de fuentes oficiales: el total de muertos durante la ocupación fue de 29.600.
¿Dónde estaba Papon? En 1944 Papon eludió los juicios a los colaboracionistas; continuó como funcionario del Estado en lugares distantes -Córcega, Argelia, Marruecos- y 14 años después consiguió un documento que -creía él- le exoneraba de cualquier acusación por complicidad: un carné de combatiente de la Resistencia. En dos oportunidades había intentado obtenerlo, asegurando que había "conspirado" y "colaborado" con ella poco antes de la liberación.
La carrera de Papon continuó con un cargo de jerarquía: fue el prefecto de la policía de París en 1958 y, como tal, responsable de la violenta represión desatada -en 1961 y 1962- contra manifestantes que se pronunciaban contra la guerra de Argelia. Tuvo un breve pasaje -en 1967- por la actividad privada, con un cargo ejecutivo en la compañía aérea Sud-Aviation, pero un año más tarde volvió a la política, elegido diputado por el gaullismo en el departamento de Cher. En 1978 Papon se sentó en el Consejo de ministros del conservador Valery Giscard d'Estaing como ministro del Presupuesto. Esa altura le duró poco: en 1981 -entre las dos rondas de elecciones presidenciales- la revista Le Canard Enchainé puso fin a sus aspiraciones políticas cuando recordó su responsabilidad en las deportaciones de Burdeos. Dos años después fue acusado de crímenes contra la humanidad por un juez de Burdeos.
Vueltas y revueltas de la justicia francesa -en 1987 una corte de casación anuló el conjunto de procedimientos por vicios formales- hicieron que recién ahora el casi nonagenario deba enfrentar una corte bordelesa. Ante ella, Papon aseguró que participó "de la represión nazi contra los judíos interiormente confundido" y que hizo "todo lo posible para salvar la mayor cantidad posible" de ellos. Es más, dijo, en una ocasión borró de una lista los nombres de 139 judíos "corriendo el riesgo de ser deportado o incluso asesinado".
"Un proceso necesario" tituló su editorial -del miércoles 8- el diario Le Monde. Se recuerda en él todo lo que a Vichy se debe en la persecución de los judíos, en su entrega a los alemanes, en la apropiación de sus bienes. Y también se reconoce que habrían de pasar 50 años hasta que, recién en julio de 1995, un presidente de la república -Jacques Chirac- reconociese oficialmente esa evidencia. Y aunque pasaron dos años entre aquel mea culpa y el procesamiento de Papon,"es sano, en fin, que las reticencias políticas y judiciales a llevar ante la justicia a este anciano prefecto hayan sido vencidas". Y "más allá de la sanción que se aplique a Papon, es en última instancia la realidad del régimen de Vichy la que será pasada por la criba de los testimonios y de los documentos".
*Denominación que recibió, entre 1938 y 1945, el ejército alemán.
**Schutz-Staffel, "escuadras de protección" o milicias del partido nazi que fueron la mayor fuerza policial del régimen -con cuerpos de elite, las Waffen-SS- y principales responsables por el exterminio judío.
***Geheime Staatz Polizei, policía política nazi.



LA CAIDA DEL MURO DE BERLIN

El 9 de Noviembre de 1989 es una fecha que ha quedado grabada en la historia. Ese día se anunció oficialmente, en conferencia de prensa, que a partir de la medianoche los alemanes del este podrían cruzar cualquiera de las fronteras de Alemania Democrática (RDA), incluido el Muro de Berlín, sin necesidad de contar con permisos especiales. De inmediato se corrió la voz en ambas partes de la ciudad dividida y mucho antes de la medianoche miles de expectantes berlineses se habían congregado a ambos lados del muro. En el momento esperado, los berlineses del Este, a pie o en automóvil, comenzaron a pasar sin mayor dificultad por el puesto de control. Abundaron las escenas llenas de emoción: abrazos de familiares y amigos que habían estado separados por mucho tiempo, crisis de llanto, rostros que reflejaban incredulidad, brindis con Champagna o cerveza, regalos de bienvenida a los visitantes, flores en los parabrisas de los autos que cruzaban la frontera y en los rifles de los soldados que custodiaban los puestos de vigilancia. A esta primera reacción seguirían otras de carácter político y económico.

Muchos de los visitantes se dirigieron a los barrios elegantes de Berlín Occidental para celebrar su recién adquirida libertad, mientras que miles de berlineses prefirieron escalar el muro y, en muchos casos, armados de cuerdas, picos y cinceles, comenzaron a hacer realidad su sueño de muchos años, el derrumbamiento del muro de Berlín.

Sin embargo, no debe de pensarse que este acontecimiento histórico ocurrió espontáneamente. Muy al contrario, tiene sus antecedentes en innumerables hechos de la vida cotidiana alemana, así como de la política internacional.

Debe señalarse, en primer lugar, que en Alemania Democrática las organizaciones de oposición como Nuevo Foro, Partido Socialdemócrata y Alternativa Democrática se fortalecían a ritmo acelerado, tanto por el creciente número de sus simpatizantes, como por su habilidad para hacer oír su voz en todos los ámbitos del país, esto significaba una activa participación política de los ciudadanos y, por tanto, constantes demandas de cambios democráticos a los que el gobierno ya no podía prestar oídos sordos.

Así en los primeros días de Noviembre de 1989 ocurrieron manifestaciones masivas y pacificas en ciudades como Berlín del Este, Leipzig, Dresde y Halle en que miles de alemanes alzaron su voz para exigir la dimisión de todo el gabinete en el poder, así como la celebración de elecciones libres y otras reformas.

Por otra parte, los intentos de huir a la República Democrática Alemana, que habían ocurrido desde el momento mismo en que Alemania quedó dividida, a últimas fechas se habían incrementado a un ritmo vertiginoso.

El 2 de mayo de 1989 los soldados húngaros comenzaron a desmantelar las barreras en la frontera con Austria, lo que constituyó la primera apertura al mundo occidental. Los principales beneficiarios fueron los Alemanes del Este, que de pronto podían pasar al mundo occidental a través de Hungría y Austria.

A medida que miles de alemanes del este se internaban en territorio húngaro, se incrementaron las tensiones entre los dos países. El gobierno de Berlín del este exigió a Budapest enviar de regreso a os refugiados, pero los húngaros se negaron y fue así como en tan sólo tres días, a principios de septiembre, 15,000 alemanes del Este pasaron a Alemania Federal. La respuesta del gobierno alemán del Este fue prohibir el paso a Hungría, pero esto solo sirvió para que los alemanes que buscaban escapar se refugiaran en la embajada de Alemania Federal en Checoslovaquia.

Para octubre de 1989 se vio que la revolución en Alemania Democrática era inminente. Comenzó con las marchas en pro de la libertad celebradas en Leipzig. El 9 de Octubre el jefe del partido Comunista ordenó usar toda la fuerza militar disponible para aniquilar las manifestaciones, pero Egon Krenz, el entonces jefe de seguridad, lo convenció de que retirara la orden. Nada impidió que semana tras semana aumentara el número de manifestantes. El 23 de Octubre fueron alrededor de 200,000, y para el 6 de noviembre llegaban a 480,000. Las marchas siempre pacificas se generalizaron por toda Alemania Democrática.

Mijail Gorbachov fue la pieza clave que evitó el derramamiento de sangre. En su visita del 7 de Octubre a Berlín del este, Gorbachov advirtió a los dirigentes que no contarían con el apoyo soviético si usaban la fuerza para suprimir las manifestaciones. Once días después Honecker fue despojado de todos sus cargos y lo sustituyó Egon Krenz, quien de inmediato trató de apaciguar a los manifestantes.

El 27 de Octubre, Krenz promulgó una amnistía para los refugiados invitándolos a regresar al país. Sin embargo, el 3 de Noviembre la RDA autorizó nuevamente a sus ciudadanos a viajar a Checoslovaquia, lo que fue aprovechado por varios miles de ciudadanos para refugiarse en la embajada de Alemania Federal en Praga.

Ante los éxodos masivos y proliferación de manifestaciones de protesta contra el régimen, el día 7 de Noviembre renuncia todo el consejo de ministros, el organismo que regía el destino de la RDA. Dos días después, la frontera que separaba a las dos Alemanias, al igual que el muro de Berlín, pierden su significado, de modo que ya no es necesario rodear a través de otros países como Checoslovaquia, Hungría y Austria.

El movimiento revolucionario de la República Democrática Alemana no fue un fenómeno aislado. Todos los países del bloque socialista experimentaron cambios radicales en un plazo relativamente corto.


LA AGONÍA DEL FRANQUISMO

A fines de los años sesenta había muy pocos españoles politizados, tanto entre los franquistas como entre sus enemigos, capaces de prever que, después de Franco, habría una transición a la democracia.


A la vista de lo que ocurrió, el paso de la dictadura a las elecciones de junio de 1977 se convirtió en una intensa búsqueda del control entre las fuerzas unidas de la oposición antifranquista y algunos de los elementos más hábiles y liberales del franquismo.


Habría sido difícil profetizar la naturaleza de tal proceso desde la perspectiva de 1969. La oposición, pese a las frecuentes iniciativas comunistas, aparecía entonces aún más dividida que cuando Carrillo lanzó por primera vez la idea de Reconciliación Nacional de 1956. Para un observador ocasional, la izquierda parecía estar muy debilitada por la gimnasia pro china de los grupos ultraizquierdistas de reciente aparición. Pese al fortalecimiento de los sindicatos clandestinos y al aumento del descontento estudiantil, las fuerzas del régimen parecían tener un futuro relativamente asegurado.


La posibilidad de que pudiese instaurarse la democracia en España, gracias a un consenso entre la oposición unida y los representantes políticos de la burguesía progresista, era en 1969 un concepto confinado a las páginas de una revista de exiliados, conciencia de la izquierda culta, Cuadernos de Ruedo Ibérico, donde Fernando Claudín, expulsado del PCE por herejía en 1964, propuso precisamente un escenario semejante, aunque su visión tuviera entonces escaso eco.


Mientras la nueva izquierda se ejercitaba en las tácticas terroristas del nechayevismo(*), la izquierda moderada aceptaba, en mayor o menor medida, el punto de vista comunista, según el cual la democracia sólo llegaría cuando existiese un frente suficientemente amplio como para barrer a la dictadura y a sus beneficiarios por medio de la acción de masas a través de huelgas y manifestaciones.


Por el lado de la derecha, existía la determinación de salvar lo salvable. Desde fuera, la élite franquista parecía tener confianza en que nunca se vería obligada a negociar con sus enemigos de la izquierda. De todos modos, había ya señales de que la élite temía que los tiempos dorados de la corrupción y de la represión impune caminaban hacia su fin.


El temor de lo que ocurriría cuando Franco muriese afectó a los diferentes sectores de las fuerzas del régimen de manera distinta. Los falangistas de la línea dura, atrincherados en la burocracia estatal y sindical, la Policía y la Guardia Civil, tenían intención de defender la dictadura y sus propios privilegios hasta el final. Desde los peces gordos que habían acumulado inmensas fortunas gracias al régimen, los llamados cleptócratas, hasta los simples serenos y porteros que creían que la continuidad de su empleo era consustancial con la dictadura, existía un sentimiento creciente de que el franquismo había de ser defendido como el hitlerismo lo había sido en los últimos días de Berlín : desde un búnker.


Tales temores no harían sino aumentar en intensidad después de 1973, pero la sensación de asedio creció ante la evidencia de que otros elementos del régimen trataban de sobrevivir y preparaban algún tipo de entendimiento con los enemigos de ayer.


Los antaño seguros soportes del régimen parecían estar cediendo. Desde el más humilde cura obrero hasta los miembros de la jerarquía, la iglesia católica mostraba signos de una inquietante benevolencia hacia las aspiraciones de los regionalistas y de la clase trabajadora. Era sabido que algunos empresarios negociaban secretamente con las ilegales Comisiones Obreras en vez de con los sindicatos estatales. Incluso en los más cerrados círculos del Gobierno había aperturistas que querían liberalizar lo suficiente para permitir que el régimen sobreviviera. A diferencia del búnker, los aperturistas constataban que los notables cambios sociales y económicos de los diez años anteriores habían convertido las estructuras políticas del franquismo en algo totalmente anticuado.


Con cualquier tipo de liberalización, el búnker tenía probabilidades de perder y los aperturistas de ganar. Los aperturistas deseaban adaptar las formas políticas del régimen a uno de los aspectos, al menos, de la cambiante realidad española, es decir, el surgimiento de un capitalismo a gran escala, tanto nacional como multinacional, fuerza económica dominante del momento. Esa realidad traía consigo la creciente irrelevancia política de las fuerzas del búnker.


Después de todo, la guerra civil había sido ganada por una coalición de fuerzas derechistas, surgidas en respuesta al equilibrio de poder socioeconómico predominante durante la II República. Así, los objetivos principales del régimen político instaurado por esa coalición fueron la protección de las estructuras de pro- piedad de la tierra existentes y un control férreo sobre los proletariados rural y urbano derrotados en la guerra. Estas tareas fueron llevada a cabo por una burocracia político-militar formada por esos miembros de las clases media y trabajadora, que constituía la clase de servicio del franquismo. Por diversas razones, tales como la lealtad geográfica durante la guerra, por convicción ideológica genuina, por oportunismo o por necesidad, se trataba de gente que compartió la suerte del régimen y que quedó ligada a éste por lo que Raymond Carr ha llamado un pacto de sangre, la red de corrupciones y complicidades a lo largo de la gran represión durante los años del hambre. La función de estas fuerzas fue bastante evidente entre 1939 y 1959, pero en 1969 estaba comenzando a ser cada vez más discutible.


Después de la guerra civil, los burócratas sindicales de la Falange, apoyados por el poder armado de las fuerzas del orden, sirvieron concienzudamente a su jefes disciplinando a la clase trabajadora y a los campesinos a través de los sindicatos corporativos. Puede pensarse que la adopción de semejantes estructuras políticas por parte del franquismo, a fin de conservar el equilibrio socioeconómico de la España anterior a 1931, llevaban consigo la semillas de su propia destrucción, si bien esto no fue evidente hasta después de 1969.


Si antes de 1959, los sindicatos oficiales y el peso de las fuerzas represivas resultaron ventajosos para las clases económicas dominantes, hacia 1969 el desarrollo económico que éstas habían en parte propiciado, comenzaron a hacerlos innecesarios. La legislación laboral represiva, con los elevados márgenes de beneficios que permitió, había hecho de España un lugar extremadamente interesante para los inversores extranjeros, fomentando la emigración al extranjero o a las nuevas ciudades industriales de la propia España, el crecimiento económico disminuía la intensidad del conflicto fundamental de la España de los años treinta y cuarenta entre la oligarquía terrateniente y lo que era un verdadero ejército de jornaleros desesperados. A fines de los sesenta, las clases terratenientes habían quedado desplazadas del poder por el sector financiero e industrial, más dinámico.





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